El
escritor escocés Robert Louis Stevenson fue uno de los que cayeron bajo el
hechizo de los Mares del Sur. Cuando en 1888 llegó a la resguardada bahía de
Anaho, en Fuku Hiva, la más grande de las Islas Marquesas, escribió que “podrían
escribirse muchos libros sobre la belleza de Anaho”. Y no le faltaba razón, ya
que todavía hoy se conserva su encanto casi virgen.
A
Anaho se puede llegar en barca o a pie. La excursión a pie permite atravesar
unos bosques de mangos y cocoteros que parecen contener el secreto de una ruta
iniciática para llegar al paraíso. Una vez en la playa, bajo las palmeras,
surge la tentación de no regresar, de prolongar el viaje para siempre.
Otro
escritor, el norteamericano Herman Melville, se perdió cerca de aquí, en 1842,
tal como cuenta en su libro Taipí. Desertó de un barco ballenero y se
quedó a vivir unos meses “con los caníbales”, en lo que ahora se conoce como
“el Agujero de Melville”. En su libro confiesa admirar a la gente de este valle
feliz y concluye: “¿Qué podría aportarles la civilización?”. Y en eso estamos…
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