viernes, 15 de febrero de 2013

Nostalgia de los cafés de Damasco

Leo en la prensa las malas noticias sobre Siria y compruebo con pesar que el horror continúa reinando en este maravilloso país. Corre la sangre por las calles de Aleppo, Homs y Damasco y no se intuye el final de la guerra. Recuerdo Siria y pienso en mi amigo Khaled, a quien conocí en Hong Kong hace dos años, en un curso sobre cultura mediterránea. Khaled me hablaba de Siria con pasión, de sus olivos centenarios, de sus rosas, de sus granadas, del bazar de Aleppo, de los cafés de Damasco...
A Khaled le gustaba escribir en los cafés y se quejaba de que en Hong Kong los cafés no tenían encanto. "Para escribir yo necesito un café antiguo abarrotado, a poder ser con mucho humo, pipas de agua y gente que hable sin cesar". Éste era su mundo. Se emocionaba cuando hablaba del legendario café Nafora de Damasco, donde un contador de historia distraía a la concurrencia desde un trono, y me decía que cuando le visitara en Damasco iríamos juntos a un café del bazar donde hacían los mejores helados artesanales.
Khaled sigue en Siria, sufriendo los horrores de la guerra, y yo me pregunto si aún le quedan fuerzas para frecuentar sus amados cafés, para escribir en las viejas mesas llenas de manchas de café. Khaled sigue allí, inmerso en el horror, y el Damasco que conocí parece cada vez más un espejismo lejano, inalcanzable. De todos modos, me esfuerzo en creer que un día la paz y la democracia volverán a Siria. Cuando llegue este momento volaré a Damasco para celebrar con Khaled, en un viejo café, por supuesto, la alegría de vivir.

 

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