A
Stepanakert, la capital de Nagorno Karabakh, se llega por una carretera financiada
por millonarios de la diáspora armenia. El último tramo, según reza un gran
cartel, se debe a la generosidad de la Comunidad Armenia
Argentina. Es una muestra más de que, sin el dinero de la diáspora, tanto
Armenia como Nagorno Karabakh lo tendrían difícil para salir adelante. En el
centro de la capital, el lifting que
se esfuerza en disimular las cicatrices de la guerra ha dejado un centro
presentable, con una catedral a medio construir, una avenida propia para
desfiles y un paseo peatonal que le da señorío a la ciudad. Eso sí, como te
separes ni que sea medio metro del paseo corres el riesgo de caer en una zanja
o de tropezar con los cascotes de las ruinas.
El lugar más animado de
Stepanakert es, como suele suceder, el mercado. Allí hay vida, colores,
campesinos amables y productos llegados de las cercanías. El plato estrella,
por cierto, es el jingalov hac, una
especie de pizza calzone, en forma de barca y de masa fina, que rellenan hasta con
veinte hierbas distintas. Su precio es inferior al euro y está muy rica, aunque
no nos quisieron cobrar. Y es que en Stepanakert no abundan los viajeros, por
lo menos en esta época del año.
Otros lugares animados de
Stepanakert son los clubs de ajedrez o los bares en los que suena la
agradable música armenia, con el duduk como instrumento estrella. Pero es
quizás la comida, excelente, lo que deja un mejor recuerdo de esta ciudad en la
que viven 50.000 personas, una tercera parte de los habitantes de Nagorno
Karabakh, un no país al que habrá que volver.
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