El cráter del
Ngorongoro es, sin ninguna duda, uno de los lugares más bellos de África, y
probablemente del mundo. Se formo hace millones de años y tiene una profundidad
de 610 metros y una superficie de 260 kilómetros cuadrados. En su interior, la
fauna salvaje campa a sus anchas, para deleite de los muchos turistas que lo
visitan a diario. Cada vez hay más. El gobierno tanzano no quiere renunciar a
la gallina de los huevos de oro. Estuve allí hace unos quince años y era todo
más pausado. Ahora ha aumentado el flujo de turistas, pero cuando contemplas
por primera vez el cráter desde lo alto no puedes evitar sentir una emoción
intensa.
Se calcula que
hay unos 25.000 animales en el Ngorongoro. Hay de todo, excepto jirafas, que por
su altura no pueden arriesgarse a bajar las pronunciadas cuestas que llevan al
cráter. Lo más buscado son los leones (hay unos sesenta), pero también el
rinoceronte negro, emblema del parque, los elefantes y los leopardos. Lo que
más se suele ver, sin embargo, son los omnipresentes ñus, gacelas y cebras.
La lucha por la
vida en el Ngorongoro es una constante. En este recinto cerrado es fácil ver
como las hienas y chacales despedazan un ñu, una gacela o una cebra. Los leones, para
variar, se muestran más pasivos, aunque es cuestión de suerte ver como se
lanzan a la caza. Lo importante es que el escenario siempre merece la pena. En
el Ngorongoro uno de siente en el corazón de África, hasta el extremo de que
puede sentir los latidos de este continente maravilloso.
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