Y de repente:
Omán. Unos cuantos aviones y aeropuertos y el paisaje cambia por completo. Lo
único que persiste es el desierto, aunque del Namib paso al desierto de Arabia.
Había estado antes en Dubai y Qatar, pero me habían parecido países de nuevos
ricos hechos para deslumbrar al visitante. Omán es otra
cosa. En este sultanato, a orillas del Índico, conviven la capital, Muskat,
encajonada entre el mar y las montañas, y un desierto que enamoró a Thesiger.
En el desierto
todavía es posible ver la vida beduina, los camellos, el mar inacabable de
dunas, la noche estrellada… Me gusta Omán y me gusta la sensación de desierto.
La capital,
Muscat, es otra cosa. El zoco, el yate del sultán dominando el puerto, el
mercado del pescado, casas que recuerdan las de Zanzíbar, el calor agobiante, la
dificultad de encontrar una cerveza fría... Cuando al fin dimos con un bar donde
vendían alcohol, no todo fueron maravillas. El gin tónic que pedimos se
transformó, a causa de la escasez, en un ron con Pepsi. No quedaba hielo. ni ginebra, ni tónica. Pero,
bueno, con un poco de imaginación tenía algo de gin tónic made in Omán.
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