Empiezo el blog
del viaje al Antártida con retraso por culpa de la promoción de mi libro “La
memoria del Ararat”, que me ha tenido abducido desde que regresé. Pero, bueno,
empiezo al fin y lo hago en Ushuaia, la llamada ciudad del fin del mundo, en la Tierra del Fuego argentina. Había
estado en ella hace más de diez años, pero vuelve a sorprenderme la belleza del
escenario natural: los picos y glaciares que le cubren las espaldas y el canal
del Beagle enfrente. Los turistas chinos, que cada día abundan más, se hacen
fotos los unos a los otros con Ushuaia como fondo de pantalla.
Cuando sale el
sol destacan en Ushuaia las casas pintadas de colores vivos, el Penal del Fin
del Mundo, con el Petiso Orejudo en plan estrella, y el Museo del Fin del Mundo,
donde te ponen un sello en el pasaporte y te hablan de mares peligrosos y
naufragios. En el puerto llaman la atención las pintadas oficiales que insisten
en que las Malvinas son argentinas y recuerdan que “los buques piratas ingleses”
no son bienvenidos. La sombra de las Malvinas es alargada en el tiempo…
Cuando paseas
por Ushuaia, arriba y abajo por la calle San Martín, te fijas en las agencias
que venden billetes para la
Antártida, un “fin del mundo” todavía más lejano, los
restaurantes especializados en centolla y los bares donde se concentran los
viajeros. De día, el bar de moda es el Ideal, donde se come a buen precio; de
noche, el Pub Dublín. Allí puedes distinguir, por el brillo en la mirada, a los
viajeros que han regresado de la Antártida. Aunque,
bien mirado, puede que el brillo se deba al exceso de alcohol. La Antártida, en cualquier
caso, está ya muy cerca. Mañana, por fin, me embarco.
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