El Fram se detiene frente a Base Esperanza,
casi en la punta de la Península Antártica.
El mar aparece aquí cubierto de hielo, con enormes icebergs y pingüinos
que descansan en las placas de hielo. Luce el sol y el paisaje es bellísimo,
extremo, helado, antártico. La Base
Esperanza, fundada por Argentina en 1953, llama la atención
por los muchos edificios que hay en ella (43) y por el color rojo con que han pintado las casas.
Se trata de destacar en medio de la gran desolación blanca.
Aquí nació, en
1978, Emilio Marcos Palma, el primer humano nacido en la Antártida. La madre, embarazada
de siete meses, viajó hasta aquí en avión por orden
de las autoridades argentinas. Se consideraba que tener el primer hijo nacido
en la Antártida
llenaba de razones a Argentina para reivindicar la soberanía de este continente alejado de todo. No
parece que sirviera de mucho, pero por lo menos Emilio Marcos Palma figura en el libro de
los récords.
Unas horas después, en
Brown Bluff, desembarcamos para caminar entre una gran colonia de pigüinos Adelia. Nos miran con ojos asombrados, pero no abandonan ni por un momento su incesante caminar.
Las madres cuidan de los polluelos en sus nidos de piedrecitas, mientras los
machos van en busca de alimento o se entretienen robando piedrecitas del nido
del vecino. Al fondo, la gran masa de hielo del glaciar recuerda que estamos en un lugar alejado de todo, en el fin del
mundo.
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