Hay dos cosas
que me llama la atención en Gränna, una agradable población de la región sueca de
Småland: los caramelos de palo (¡los
venden nada menos que en trece tiendas del pueblo!) y un museo que recuerda la
hazaña del explorador polar Salomon August Andrée, nacido en Gränna en 1854 y
fallecido en el Ártico en 1897. Había leído sobre el sueño de Andrée de
alcanzar el Polo Norte en globo en libros de exploradores, pero ignoraba que
hubiera nacido en Gränna y que en el museo del pueblo pudiera verse el material
recuperado de su intento fracasado, como las botas correosas y el chaleco
mínimo para combatir el frío que se exponen en una discreta vitrina.
La historia de
Andrée es de las que merecen contarse. Este ingeniero sueco decidió, con el
mecenazgo del rey de Suecia y de Alfred Nobel, intentar llegar al Polo Norte
con un globo de hidrógeno que bautizó como Örnen (“El Águila”). Partió de las
islas Svalbard como un héroe el 11 de junio de 1897, con dos compañeros a
bordo, uno de los cuales era el fotógrafo Nils Stringberg, primo del dramaturgo
August Strindberg. Sorprendidos por una tormenta, el globo se desvió de la ruta prevista
y, por culpa del hielo acumulado en la parte alta, acabó cayendo sobre la
banquisa polar. Tras dos meses de esfuerzos, los tres expedicionarios lograron
llegar en trineo a las islas Kitoya, donde nadie fue a rescatarles y donde
fallecieron al poco tiempo.
El final de la
expedición de Andrée no se supo hasta 1930, cuando una expedición noruega
encontró los restos del último campamento del explorador. Recogieron a los tres
cadáveres y todo el material que encontraron, entre ellos el diario de Andreé y
las fotos de Strindberg, que fueron reveladas 33 años después de la muerte del
fotógrafo. Hoy, medio veladas por el blanco omnipresente del hielo, pueden
verse en el museo de Gränna como un homenaje póstumo.
Lo mínimo que puede decirse es que contagian una inquietud imposible de definir.
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