Las casas de los funcionarios de
Veenhuizen, que se levantan entre los campos verdes y la prisión rigurosamente
vigilada, son de dos o tres plantas, según el nivel de vida del funcionario, y ostentan en la fachada unas palabras que son proclamas morales. Ahí van algunos
ejemplos: “Amor y Fe”, “El trabajo es vida”, “Rezar y trabajar”, “Pasión por la
vida”, “Humanidad”.
Estas moralinas son, en el fondo, una
herencia del espíritu filantrópico que llevó a mediados del XIX a la fundación
de Veenhuizen. Con el paso de los años, aquel espíritu ha quedado olvidado y
Veenhuizen es lo que es: un pueblo prisión en el que hasta 1984 estaba
prohibido entrar si no tenías alguna relación con la cárcel. Quedan, sin
embargo, esos carteles que hablan de redención y de reengancharse a la vida.
En Holanda hay
actualmente 16.000, de los que un 8% son mujeres. En Veenhuizen hay unos
setecientos, algunos de los cuales abandonan de día su reclusión para limpiar
los jardines del pueblo. Ayer, por cierto, había una brigada en casa. Buena
gente, a juzgar por sus sonrisas, pero cuando sacaron una sierra mecánica de
las de Matanza de Texas para podar
algunas ramas no pude evitar sentir un escalofrío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario