viernes, 19 de julio de 2013

Una cita en el cementerio de Veennhuizen


El pueblo-prisión de Veenhuizen tiene una personalidad que vas descubriendo poco a poco. Al principio, si exceptuamos la prisión, parece muy idílico, con campos verdes, canales, bicicletas… Pero a la que profundizas te das cuenta que todo en Veenhuizen parece estar hecho para empujar a sus residentes a escribir novela negra. Un ejemplo, ayer quedé con unos vecinos y el lugar elegido para la cita fue el cementerio. “Podemos beber algo allí”, me dijeron como si fuera un escenario de lo más normal.

El cementerio de Veenhuizen tiene su encanto, no lo niego. Y también su historia. Se fundó en 1822, poco después de que la Sociedad de Beneficiencia inaugurara aquí el asilo que más tarde se reciclaría en prisión. Durante muchos años enterraron aquí a los vagabundos del asilo, sin nombre y sin lápida, hasta que a partir de 1875 empezaron a ponerles algún distintivo. “Se estima que hay unos 10.000 muertos sin nombre, y unos 1.600 con lápida o cruz…”, me comenta Pieke, una de las voluntarias del cementerio.
A Pieke le gusta restaurar las cajas con flores de porcelana y hojas de bronce o de cobre que se ponían antes sobre las tumbas. Quedan pocas, pero las restauran con mimo. Me lo cuenta mientras nos tomamos la copa en la casita del sepulturero y yo pienso que no sería mala idea abrir aquí un bar que bien podría llamarse La Última Copa. Es solo una idea.

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