Para conocer la historia de las
prisiones de Veenhuizen vale la pena visitar el museo. Se inauguró en 2005 y
está instalado en uno de los edificios construidos en el XIX para albergar y
dar trabajo a los muchos pobres que había en Holanda después de las guerras
napoleónicas. La Sociedad
de Beneficiencia construyó aquí tres grandes edificios comunitarios, con un patio en medio y
separados por los campos que tenían que trabajar los pobres, pero a finales del
XIX se hizo cargo de todo el Ministerio de Justicia, que los transformó en
colonia penitenciaria. Hoy sólo queda un edificio original, el del
museo, pero hay cuatro prisiones en Veenhuizen.
Entre las prisiones hay
canales y campos idílicos por los que la gente pasea en bicicleta y casas en
las que, hasta 1984, cuando el pueblo era una comunidad cerrada, sólo podían
vivir funcionarios de prisiones. Ahora, sin embargo, están abiertas a todo el
mundo, aunque el hecho de que haya cinco prisiones en el pueblo le da a
Veenhuizen un aire especial. La visita al museo permite, entre otras cosas,
comprobar que las prisiones de hoy han mejorado las de antes. Basta con echar
una mirada a las jaulas del museo.
Mariët Meester, que creció en
Veenhuizen como hija del maestro, me cuenta que tiene un buen recuerdo de su
niñez aquí y que nunca tuvo conciencia de vivir en un lugar distinto. “Sólo
cuando fui al instituto de Groningen vi que Veenhuizen no era igual que los
otros pueblos”, apunta en su libro Koloniekak.La memoria de este mundo aparte, sin embargo, persiste en el museo.
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