Decididamente,
el tiempo pasa. Dejo atrás Mongolia y llego a Kenya para emprender un viaje
africano. La ruta apunta a lugares emblemáticos como Masai Mara, el lago
Victoria, Serengeti, Ngorongoro, Arusha…, pero la primera parada es en Nairobi,
una ciudad a la que no le tengo cariño, probablemente porque las ciudades
africanas tienden a crecer mal. Hay dos sitios, sin embargo, a los que me gusta
volver: el centenario Hotel Stanley y la Biblioteca McMillan.
En el Stanley me gusta revivir historias de exploradores y visitar el
árbol en el que dejaban sus mensajes, el Thorn Tree. Pero ya digo que el tiempo
pasa y, desde 1998, la acacia del Stanley ya no es lo que era. El viejo árbol
murió y lo reemplazaron por uno esmirriado.
En los plafones
que rodean al Thorn Tree los turistas dejan hoy mensajes banales. Nada que ver
con los de los viejos exploradores. En la parte antigua del hotel, una
exposición rescata sin embargo aquel tiempo lejano, con fotos de Karen Blixen,
Finch Hatton, etc. Pero ya nada es lo que era: el África de hoy pertenece a los
turistas y los exploradores sólo sobreviven en los libros. Para
recordar los viejos tiempos es mejor ir a la Biblioteca McMillan, de 1929, en la que las goteras y los grandes colmillos insinuan que el
tiempo se ha detenido.
Los estudiantes
pasan horas en la antigua biblioteca, mientras a las puertas de la institución
unos jóvenes se pasean con carteles que proclaman que “Corruption is evil”. Justo en este momento siento que el África del
pasado y la del presente se dan la mano para encarar un futuro lleno de
interrogantes.
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