En Mongolia siempre
hay un más allá. Te adentras en un valle que se te antoja infinito y cuando por
fin llegas a lo que piensas que es el final te das cuenta de que es sólo un
recodo: el valle no acaba, si no que continúa. Un río caudaloso marca el
eje de un paisaje majestuoso, en Cinemascope, en el que los pastos se suceden
hasta el infinito. De vez en cuando, un par de tiendas nómadas y una manada de
caballos te transportan a un pasado que, paradójicamente, es hoy mismo.
Las distancias
son enormes en Mongolia, un país casi vacío en el que los nómadas campan a sus
anchas. De vez en cuando aparece un jinete que lanza un grito poderoso y
cabalga hacia la manada. Parece una escena sacada del Far West, pero es real.
Como lo es que un ancho río se cruce en tu camino y no tengas más remedio que
cruzarlo con el 4x4, tal como sucede en el valle de Orkhon, una maravilla que
no necesita la etiqueta de Patrimonio de la Humanidad para que
sepamos que es único, grandioso, de otro mundo.
Cuando cae el
día, la luz del crepúsculo resalta todavía más la belleza del paisaje, hasta
que las montañas se convierten en grandes sombras inquietantes y el río en una
cinta plateada. De repente, una manada de caballos cruza el río para ir a la
otra orilla. Es entonces cuando te das cuenta de que el tiempo parece haberse diluido para inmortalizar unas escenas en las que la naturaleza siempre tiene
todas las de ganar.
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