Paseando por
Tashkent se me ocurre una frase para una novela: “Era una chica tan triste como
una ciudad soviética”. ¿Por qué será? Calles sin vida, gente alicaída, tiendas
vacías, bloques de apartamentos con enormes números pintados en la fachada, un
metro lúgubre… En 1966 un terremoto destruyó Tashkent. Se apresuraron a
reconstruir la ciudad, pero se olvidaron de ponerle unas dosis de encanto. Sólo
en la Ciudad Vieja
las mezquitas, mausoleos y madrazas parecen reivindicar un poco de alma.
En 1991, hace sólo veintiún años,
Uzbekistán dejó de ser república soviética para convertirse en país
independiente. Desde entonces la plaza Karl Marx se llama plaza Tamerlán, en
honor del gran conquistador de Asia Central. La estatua de Marx que presidía la
plaza ha sido sustituida por la de Tamerlán y el antiguo Parque Lenin se llama
ahora Parque Libertad. La estatua de Lenin, por cierto, ha sido cambiada por
una gran bola del mundo con el mapa de Uzbekistán destacado. Un lifting nacionalista.
Paseo
por Sayilgoh Kochasi, la calle peatonal conocida aquí como Broadway. Es de noche, está poco animada y no hay nada que recuerde
al Broadway original. “Antes había paradas que vendían kebabs, pero un día pasó
el presidente, vio demasiado humo y ordenó que las quitaran”, me explica un
amigo uzbeko. Así funcionan las cosas en este país regido por Islam Karimov,
presidente vitalicio que ya gobernaba en tiempos soviéticos.
-
Ahora ya no es
comunista –lo defiende mi amigo-. El Uzbekistán de hoy no tiene nada que ver
con el comunismo.
-
Però si tenéis un
monte llamado Pico Comunismo –le pincho.
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Está en
Kirguistán –sonríe. Uno a cero.
-
¿Y el Pico Lenin?
-
En
Tajikistán… -nueva sonrisa. Dos a cero-.
Nuestro presidente renunció al comunismo y todo el mundo es ahora feliz. Si fue
comunista en tiempos soviéticos fue porque era la única manera de ayudar al
país. Él es un gran líder.
Amén.
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