Estamos en mayo,
pero por el calor se diría que es julio o agosto. Luce un sol de verano y las
maravillas de la costa licia, en Turquía, van desfilando cada día como si fuera
un juego de constante superación. Ya llevo unos días embelesado con esta costa que cada
hora que pasa consigue asombrarme aún más. Ayer fue la ciudad romana de Phaselis,
situado en una pequeña península, con tres bellísimos puertos naturales, sin
edificios modernos y con los 2.365 metros del monte
Tahtalis presidiendo el paisaje. Impresionante, de verdad. La via romana, el teatro, el muelle... Piedras históricas junto a una playa de ensueño.
Unas horas después fue el momento de
las tumbas excavadas en la roca de Myra, otro must de esta sorprendente
costa que nos remonta a muchos siglos atrás. Sensación de que el tiempo se detiene y la roca se vuelve porosa, sensible a la historia y al arte. Hay algunos turistas rusos que van con bañador y chanclas. De la playa a la inmersión en la historia hay tan sólo unos pasos.
Alejandro el Magno pasó por aquí en
el siglo IV a. de C., camino de Asia, y aún se nota su huella en el paisaje. Hititas,
licios, griegos, romanos, bizantinos, turcos, otomanos han ido pasando por aquí… Lo mejor que tiene esta
costa es que permite tanto gozar del Mediterráneo (Akdeniz, el “Mar
Blanco” para los turcos) como para sentir el vértigo y la belleza de la
historia.
Y el viaje continúa...
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