Viajar por la costa licia me ha permitido descubrir rincones maravillosos que sospechaba que ya no existían en el Mediterráneo. El pueblecito de Uçagiz, lleno de barcos con la bandera turca, es uno de ellos. Allí hay unas cuantas pensiones donde instalarse y otros tantos bares y restaurantes, con terrazas al sol, donde se puede comer y beber bien mientras se observa (sin prisas, por supuesto) como va pasando el tiempo.
Desde Uçagiz merece la pena hacerse a la mar para dirigirse hasta el cercano pueblo de Simena, una especie de Cadaqués que parece vivir al margen del tiempo bajo la sombra de una antigua e impresionante fortaleza. En Simena, donde viven tan solo unos cuantos privilegiados, es evidente que la vida parece mucho más fácil.
Y, enfrente de Simena, la isla de Kekova muestra, además de su inigualable belleza mediterránea, la placidez de un lugar desierto en el que pastan las cabras entre los restos de Dolikisthe, una antigua ciudad destruida por un terremoto en el siglo II d. C. Buena parte de esta ciudad perdida permanece ahora bajo las aguas, lo que le da una dimensión todavía más mágica y mítica.
De regreso a Uçagiz se impone de nuevo la calma, un reposo que parece garantizado en este mes de mayo, antes de la irrupción del turismo de masas, que se espera para los meses de julio y agosto. Incluso el aire parece calmado en primavera en este pueblecito encantador dominado por el minarete de la mezquita.
Y es aquí, en Uçagiz, donde termina por hoy mi periplo por un maravilloso mar lleno de rincones mágicos que no dejan de sorprenderme en este viaje por una costa licia preñada de paisajes bellísimos, buenas gentes y mucha historia.
Continuará, por supuesto...
Continuará, por supuesto...
Pocos huecos le quedan al Mediterráneo como éste, pero aún los hay; recuerdo un par en Creta que son para comérselos...
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