Resulta curioso
que los trolls, considerados en la mitología nórdica como monstruos feos,
grandotes y sucios, gocen de tanto predicamento en Noruega. Pero es un hecho
que los tratan como si fueran de la familia. Nadie los ha visto, ya que por
definición son invisibles, pero son como las meigas en Galicia, “haberlos,
haylos”. Confieso que hasta que hace poco los únicos trolls que había visto eran los de las tiendas de Noruega: unos muñequitos narizotas,
despeinados y desgarbados. Y lo más sorprendente es que la gente los compra
como si fueran muy cuquis. Misterios de la trollología. En este estado
de cosas, no es extraño que frenara en seco al encontrarme, en una carretera
cercana a Andalsnes, una señal que advertía: “Peligro: Trolls”.
“Claro que hay
trolls por aquí”, me dijo un noruego de aspecto serio. “Que no los
veamos no quiere decir que no existan. Éste es el típico lugar donde puedes
sentir su presencia”. Cerré los ojos y me concentré, pero no sentí nada.
Supongo que tienes que nacer noruego para esto. En cualquier caso, allí empieza
la Trollsitgen, o escalera de los trolls, una carretera que sube hasta
858 metros, con curvas pronunciadas y fuerte pendiente. Desde lo alto
se desploman unas cuantas cascadas en las que, según dicen, podrían vivir
trolls, pero yo, pobre de mí, sólo vi agua.
La carretera es
de las que se suben con el corazón encogido, sin detenerse, encajonados entre montañas por las que se supone que vagan felices los trolls. En lo alto hay una esplanada de la que sale un sendero que conduce a un par de miradores espectaculares, de nido de águilas. Soy tan inútil que no conseguí ni ver ni sentir ningún troll, pero me alegró comprobar que en la tienda los vendían como churros. La verdad es que sigo sin verles la gracia, pero por lo menos no apestan, como dicen que
hacen los auténticos trolls.
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