Apenas entro en
el Hotel Union, en Øye, me doy cuenta de que el viaje por Noruega pasa a otro
nivel: la dimensión desconocida, viaje en el tiempo… En fin, llamadle como
queráis. Llueve y la niebla cubre la cima de la montaña, pero la puerta no
chirría, como podría esperarse de un hotel de 1891 (¡hay que cuidar los
detalles, hoteleros!). Desde el exterior, sin embargo, se adivina que el hotel
tiene pedigrí añejo.
En el Hotel
Union se han hospedado, desde su fundación, huéspedes ilustres que venían
atraídos por la belleza de los fiordos, desde el Káiser Guillermo II hasta la Reina Guillermina
de Holanda. Pero, realeza aparte, quienes más prestigio dan al hotel son los exploradores
como Amundsen, los músicos como Grieg y los escritores como Karen Blixen o Arthur
Conan Doyle. Por cierto, hablando del autor de Sherlock Holmes, dicen que hay
un fantasma que merodea de noche por el hotel.
Se diría que las
habitaciones no han cambiado desde hace más de cien años. Camas con baldaquino,
jofainas, cortinas de época, suelo de madera y, por supuesto, ni teléfono ni
televisión. La fidelidad al siglo XIX tiene esos caprichos. Una camarera llamada
Solveig fue la primera en hablarme del fantasma. Responde al nombre de Linda y,
según parece, pertenece a una muchacha que trabajó años atrás en el hotel,
donde se enamoró de un oficial del séquito del Káiser Guillermo
II. Cegada por un amor imposible, ya que él estaba casado en Alemania y no
podía obtener el divorcio, acabó lanzándose a las aguas de un río. Lo
curioso de la historia es que él le había regalado un broche como prueba de
amor, pero ella lo perdió al salvar una niña de morir ahogada. Lo
buscó infructuosamente, pero nunca lo encontró. Sin embargo, cuando encontraron
su cadáver junto al río… llevaba el broche en el pecho.
No busquéis explicación. La lógica
fantasmal discurre por otros derroteros. Volviendo al presente, diré que Linda
no se manifestó aquella noche. Lástima. Bueno, por lo menos no supe verla, pero
es que yo soy muy negado para esas cosas. Igual es como los elfos
y los trolls, que aseguran que existen en Noruega pero no hay manera de
echarles el ojo. Eso sí, al despertarme vi a un tipo que se parecía a Sherlock
Holmes husmeando, lupa en mano, en la biblioteca del hotel. Cuando le pregunté
qué estaba haciendo, me respondió: “Elemental, querido Watson”.
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