Este espectacular fiordo, situado
en la costa oeste de la Isla
del Sur, es una de las grandes atracciones de Nueva Zelanda. Y con razón.
Navegar por sus aguas oscuras, rodeado de montañas, acantilados, bosques y
cascadas, produce esa sensación que tanto me gusta cuando viajo: la de encontrar
una naturaleza que me supera, que hace que el hombre sea tan sólo un accidente
mínimo en medio de un paisaje de gran formato. Mires donde mires se te llenan
los ojos de espacios naturales. Ni una casa, ni rastro de presencia humana…
Bueno, a no ser por los barcos que pasean turistas por el fiordo. De todos modos,
Milford Sound es tan grandioso que aguanta sin alterarse la presencia de tanto
guiri. Ahí va un consejo: los cruceros de última hora son más baratos y menos
concurridos. Hay que huir siempre de las horas punta, de la masificación
.
El pueblo más cercano a Milford
Sound, Te Anau, se encuentra a 120 kilómetros. Esta distancia hace que el
camino hasta allí, sea a pie, en bicicleta, en coche o en autocar, tenga algo
de iniciático. En Te Anau se diría que empieza un mundo nuevo, el de Fiordland,
la Tierra de
los Fiordos, con bosques majestuosos, lagos enormes, montañas, glaciares y una
increíble fauna autóctona.
Cuando el barco de Milford Sound sale
por fin a mar abierto, tras una hora de recorrido, te das cuenta de que el
fiordo tiene algo de protector. Si permaneces entre sus altos y escarpados
muros, rodeado de silencio, te sientes a salvo de todo. El Mar de Tasmania, sin
embargo, aparece de repente como un mundo hostil, agresivo, con todas las
historias de bravura, tempestades y naufragios que arrastra.
Por cierto, llueve 200 días al
año en Milford Sound, uno de los lugares más húmedos del planeta. El verde
exuberante y las numerosas cascadas no están allí por casualidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario