La naturaleza, en Nueva Zelanda, parece que juegue en
otra división. Aquí es todo más grande, más bonito y más verde. Lo he podido
comprobar en el viaje en coche desde Auckland hasta Rotorua. Un paisaje
ondulado, muy verde, con grandes rebaños de vacas, granjas de madera que
parecen escapadas del Oeste, árboles gigantes que lo presiden todo y, de vez en
cuando, un bosque sagrado de los maorís, con helgueras que juegan a ser
árboles.
Todo es precioso, pero de lo visto hasta ahora en la Isla del Norte, una de las
cosas que destaco es un lugar llamado Hell’s Gate, la Puerta del Infierno. Se
encuentra a unos veinte kilómetros de Rorotua, un pueblo situado junto a un
gran lago con mucha actividad volcánica. Las calles de Rotorua huelen azufre y
en el parque de la ciudad encuentras fuentes sulfurosas, pequeños géisers y
volcanes de barro. Además de árboles XXXL, una constante en Nueva Zelanda. Muy
cerca está Te Puia, una zona de actividad volcánica convertida en parque temático,
con espectáculos maorís, cenas maorís y visitas guiadas a precios nada maorís.
Francamente, prefiero Hell’s Gate, por donde puedes ir a tu aire, con poca
gente y sin tanta parafernalia.
Antes de pagar los 35 dolares neozelandeses que cuesta
la entrada a Hell’s Gate (unos 25 euros), es fácil adivinar donde es. El humo de
las fumarolas lo delata. Aparece en medio del bosque como un aviso ancestral de
actividad geotérmica. Yo tuve la suerte de llegar muy tarde, cuando ya faltaba
poco para que cerraran. Me dieron una hora para hacer el recorrido, casi en
solitario, y confieso que lo disfruté a fondo, como si estuviera haciendo una
inmersión en un mundo aparte, en otra dimensión.
Los nombres de los distintos lagos, albercas y hoyos
de barro ya impresiona de entrada, empezando por la Puerta del Infierno (nombre
que se debe al padrino Georges Bernard Shaw) y continuando por el Baño
del Demonio, Inferno, Sodoma y Gomorra, la Garganta del Diablo, la Caldera del Diablo, etc.
El conjunto es una zona de aguas sulfurosas que llegan a estar a más de 100
gradoss, con géisers abortados, tierras de colores y barro que hierve. Lo que
más me gustó fue el bosque que hay entre las dos zonas volcáncias. Unos árboles
inmensos, con los troncos recubiertos de líquenes amarillentos y, de vez en
cuando, un estallido de flores azules que parecen salidas de la película Avatar.
Y, en medio de todo, un río de agua caliente que se desploma en un salto de
agua. Impresionante.
No muy
lejos de Rorotua, por cierto, está Tongariro, el parque natural que fue
escenario de la tierra de Mordor en El Señor de los Anillos. Es otro
lugar que vale la pena, otro 10. Y es que Nueva Zelanda da para mucho, tanto a
nivel cinematográfico como de naturaleza a lo grande.
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